Centauros del desierto (The Searchers, 1956). John Ford.


Ocurre que a veces, a un hombre henchido de odio hacia sí mismo y hacia su inmediato mundo, se le concede la posibilidad de transmutar el odio en orden moral.

¿En orden moral? Sí. De pronto el mundo circundante y odiado le brinda una buena causa: restablecer el orden y la moral y recomponer un pequeño pedazo de ese mundo circundante y (hasta entonces) odiado. La Civilización lo reclama para sí, dispuesta a acogerlo, exigiéndole tan «sólo» una prueba de rectitud y de adhesión.

Eso es lo que se da a Ethan (John Wayne) en la película más bella y feroz de la historia. Un tipo rufianesco y racista (alejado del noble arquetipo que aquel actor había ido levantando), un tipo enfurecido que no encaja. Que odia y que no encaja.

Un tipo que ama. Que ama a una mujer ya tomada. De pronto una partida de indios arrasa la cabaña a la que volvió tras la Secesión enloquecida. De pronto, la partida de indios asesina a los habitantes de la cabaña y asesina a la amada ya tomada y a su hermano y a toda su familia y rapta a Debbie, su sobrina (la incipiente Natalie Wood).

El hombre moralmente devastado encuentra asi una via para «redimirse». Para «redimirse» o quizá más bien para canalizar con más eficacia su odio. Transmutar (acaso engañosamente) esa soledad y ese odio, en noble ofensa, en humanidad, en dolor. Junto a Martin, el mestizo de inicio despreciado -luego adorado, como el hijo que nunca ha de tener- marcha hacia la llanura y el infinito ignorado en ese XIX, y hacia la búsqueda de Debbie.

Ford coloca a Eurípides en mitad de la vastedad y en mitad del XIX, y en el entorno bárbaro del continente salvaje; Ford retoma el trabajo de escarbar en las desmesuras que el lenguaje y el ritmo (acaso tampoco la imagen) de calibrar no terminan.

Ethan (John Wayne) ¿fracasa?. Al término de la aventura se le concede contemplar su propio rostro en el del odiado Cicatriz. Ese indio criminal responsable de las muertes que hubieran podido recuperarlo -a él, a Ethan- y que no han podido hacerlo, como nada podrá ya. Como nada pudo recuperar al propio Cicatriz, tampoco al indio criminal, acaso no más criminal que Ethan, extraño también él, el indio, entre los suyos. Cicatriz, que ensayó también la muerte y el horror, como Ethan en su Guerra de Secesión.

Ethan se funde en Cicatriz, su doble (Borges hubiera escrito para la divinidad uno y otro eran el mismo), arrancándole la cabellera, súbito piel roja, también él.

Todo es desmesurado en esta película. Los escenarios a escala sobrehumana, y la determinación -cinco años llevan a Ethan la culminación de su venganza, de su falso rescate– y la búsqueda alucinada y salvaje del yo o del lugar que uno ha de ocupar en el mundo. Y esa desmesura moral -ese desmesura del odio, esa obcecación de una emoción en el Tiempo- es lo que convierte a Ethan en un héroe griego, y lo salva de ser un pequeño revanchista.

No asesina a Debbie una vez reencontrada -Debbie, sobrina y blanca, que en esos años había cohabitado con indios aborrecidos. No la asesina, como su resentimiento inicialmente le aconsejaba.

Pero Ethan no se engaña y ni la circularidad de la película puede engañarnos (la puerta que se cierra y que se abre, que da entrada a Ethan y que al final bellamente lo expulsa): el héroe -pues de héroe hay que hablar aqui, y trágico- ha encontrado acaso lo que buscaba.

Sí, quizá sí que lo ha encontrado: la certidumbre de su exclusión.

4 comentarios sobre “Centauros del desierto (The Searchers, 1956). John Ford.

  1. Aunque Ford no es un coneasta de mi gusto, Centauros del desierto es un peliculón que me impresionó. Ford da la vuelta a la imagen de sus héroes y confiere a Ethan una humanidad brutal pero real, mucho más real que el Wayne de otras obras. El final sobre todo es prodigioso: el redimido que, como Moisés, no puede entrar en la obra que ha creado.

    saludos

  2. Es cierto, Horrach.

    Ethan tiene algo de Moises. No lo había pensado. No se le permite entrar en aquello que ha creado o contribuido a crear.

    Pero dudo que en algún momento soñase siquiera en acceder a tierra prometida alguna.

  3. Por un momento Ethan parece querer entrar en la Tierra Prometida. Cuando casi penetra en la casa se da cuenta de que la parejita que está tras suya todavía no ha entrado, y entonces se aparta para dejarlos entrar (ellos ni lo miran; es como si Ethan ni estuviera allí). En ese momento parece cobrar consciencia de que no ‘puede’ entrar y se va antes de que la puerta se cierre. Y se va dando tumbos. Me parece uno de los mejores finales que jamaás se han rodado en cine. Prodigioso. Cosa rara en Ford, que ya dije que no es de mis predilectos.

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