Muchos lectores, tal vez la mayoría, piensan que el Diario debe su fama a la tragedia de su autora. Si Ana hubiese sobrevivido, ¿tendría entonces su libro la misma fuerza y relevancia? ¿Sería tan famoso, gozaría de tan larga posteridad? Así es, o debería ser, argumenta Francine Prose. Estamos ante una gran obra, al margen de su trasfondo dramático.
Recordemos que Ana, junto a sus padres, su hermana y otras cuatro personas, pasó escondida más de dos años en un anexo secreto de las oficinas del negocio de Otto Frank (padre de Ana) en Amsterdam. Finalmente (4 de agosto 1944) fueron descubiertos y deportados. De los ocho, sólo Otto sobrevivió. Anna tenía sólo 13 años cuando comenzó su “diario”, pero Prose argumenta que era ya una escritora de genio, o en rápido tránsito a serlo.
¿Suena esto exagerado? No parece que la narrativa haya sido lugar para los genios adolescentes. Tal vez la poesía sí, e incluso esta ha dado tan solo algún que otro nombre, como Rimbaud. En cambio, la narrativa parece plantearnos otras exigencias al margen de la exclusiva creatividad visionaria del genio poético: aquí es necesaria la experiencia, los años y las lecturas, y sólo así es posible incubar y desarrollar una voz propia. Y eso incluso suponiendo que tengas lo que Bloom llama «originalidad cognitiva». Pero Anna Frank sería, según Francine Prose, una especie de joven genia de la narrativa. En su texto muestra originalidad cognitiva y un extraño oficio, increíble en una casi niña.
Según leemos en La Creación De una Obra maestra, el Diario no fue ni mucho menos un éxito desde el primer momento. Intervino la astucia de Otto Frank, el padre de Ana (que vivió hasta 1980), y fue el albacea e incansable defensor de su legado y memoria. La astucia comercial de Otto y su inteligente edición del texto ayudó desde luego a su futuro estrellato. Aunque la respuesta inicial al Diario de los lectores en Holanda y Alemania fue más bien escasa. No sería hasta ya entrada la década de los 50 cuando el libro empezaría a venderse con fuerza, y a convertirse en el icono legendario que es hoy.
Fue crucial, para su popularidad, la versión cinematográfica de 1959. La mismísima Audrey Hepburn (nacida también en 1929 como Anna, y también holandesa) fue propuesta como una firme candidata al papel. La Audrey de Roman Holiday había fascinado a Otto, que fue invitado a conversaciones en la villa suiza de la actriz. Pero esta acabó declinando el papel, parece ser que por razones de memoria biográfica.
Pero igualmente la Anna Frank futura iba a ser modelada según el imaginario estadounidense, suerte de heroína adolescente de los años 50. Tanto es así, que ante esta Ana Frank icónica de la cultura popular, uno casi piensa en ella como en un personaje de Nicholas Ray. (Por cierto, Natalie Wood también sería candidata al papel).
Leyendo el Diario, impacta recordar que fue escrito durante dos años de encierro en un escondrijo de Amsterdam, y sobre todo lo que sucedió una vez las dos familias fueron descubiertas (tras una delación todavía hoy misteriosa). Pero en realidad no estamos ante un diario, sino más bien ante una una narración o novela que adopta una forma diarística, si bien se basa fuertemente en una serie de personajes reales. Ana es por tanto una escritora auténtica, no una simple diarista adolescente
Es sabido que el ministro de educación holandés, en una alocución radiofónica desde el exilio, invitó a los ciudadanos holandeses a dejar testimonio de aquellos difíciles tiempos, hasta donde fuera posible, recalcando la importancia que tendrían los escritos (cartas, diarios, papeles diversos). Al oírlo, Anna sin duda comprendió de inmediato que su diario en curso podría contribuir a esa causa, y pensó en una posible posteridad, en futuros lectores. Ella y también el resto de los habitantes del anexo. A partir de ese momento, Ana iba a dedicar sus esfuerzos a pulir y mejorar su escrito.
De hecho, y como resultado, hoy existen tres «diarios» diferentes, según leemos en el libro de Prose. El diario a, con las entradas originales de Ana en «tiempo real» entre los 13 y los 15 años; el diario b, que es el escrito editado por Otto Frank a partir de las hojas dejadas por Ana tras la detención; y finalmente el diario c, que es la versión de la propia Ana a partir de las correcciones y mejoras estilísticas de las entradas originales. Esta versión «c» incluye por tanto entradas «retocadas» por la Ana de 15 años, pero originalmente escritas por la Ana de 13 y conservando la fecha original. (Esto recuerda lo que hizo, a mucha mayor escala, Josep Pla en su Quadern Gris, readaptando su diario de 1918, cuando contaba 21 años. A pesar de las fechas de las entradas, no es el Pla de 21 años quien en realidad habla, sino el Pla sexagenario de la década de 1960, que rescribe y recrea el diario).
Prose insiste en que el Diario no es un diario, por mucho que fuese publicado inicialmente con el título Diary of a Young Girl. Es en realidad una obra literaria que adopta la forma de diario, basada en vivencias de una autora con talento para la descripción de personajes y la creación de ambientes. Una escritora de genio en ciernes, y no solo, aunque también, la crónica diarística de una situación trágica. Ana nos ofrece el espectáculo narrativo de un cambio: el paso de la niñez a una madurez vertiginosa. Ese espectáculo ha sido raras veces recogido por la literatura, y el diario nos lo muestra en todo su esplendor, gracias al talento de su autora. Según Francine Prose estamos ante una gran obra literaria.
En este sentido, Miep Gies, una de las protectoras holandesas de la familia, nos refiere una anécdota muy reveladora sobre Ana Frank. Tanto Ana como sus siete compañeros llevaban ya un tiempo recluidos en el anexo, y Miep Gies solía visitarlos diariamente. Según nos cuenta en su libro Recordando a Ana Frank, en una de aquellas ocasiones, había entrado en la habitación de Ana a la que sorprendió en la mesa, escribiendo. Ella no pareció haberla visto y al cabo de unos instantes se volvió para marcharse. Entonces Ana levanto la vista del papel y la descubrió. Miep nos cuenta como, y a pesar del camaleónico repertorio de expresiones de la joven, le vio entonces un rostro enteramente nuevo, con una especie de concentración sombría y de rara intensidad, como en un ensoñado aturdimiento. Allí, sentada y escribiendo, parecía otra persona. «Me sentí traspasada por sus ojos y me quede sin habla».
Francine Prose recalca que Ana Frank, al escribir, era en efecto otra persona. Una escritora fuertemente arrebatada por su mundo interno. Y aquella mirada que Miep Gies le descubrió no era otra que la de una escritora a la que interrumpen.