Testimonio clínico

Procedente de una familia burguesa, Guy de Maupassant (1850-93) fue un soltero acomodado en el Paris de finales del XIX. Amante de los viajes y la vida al aire libre. Un empleo seguro de funcionario ministerial, dinero suficiente para llevar una vida de independencia. Amigos intelectuales y refinados, éxito literario. Una vida social, cultural (y erótica) de aparente calidad.

Sus relatos, junto a los de Chejov, están entre los mejores que se hayan escrito en Europa. Empezó en los 1870s bajo la dirección del perfeccionista Flaubert, con escritos de corte realista. Pero a lo largo de la década de 1880s fue derivando hacia lo sobrenatural, lo terrorífico, lo fantástico. El Horla, elogiadísimo por Lovecraft, o La cabellera, estan en esta linea. Le fascina la Psiquiatría como disciplina y asiste a las conferencias impartidas en 1886 por Charcot.

Maupassant se ve gradualmente devorado por la neurosis y por una soledad enfermiza en cierto modo escogida. Ese proceso fisiopatológico, el que va de la “cordura” (asi llamada) al desequilibrio mental, ha quedado talentosamente recogido en sus cuentos. En ellos, el narrador (muchas veces el propio Mauppassant o alguien que se le parece), expone con sutileza el ominoso trayecto que le lleva al colapso de las emociones y la mente.

Maupassant no es solo una narrativa impecable, también es una especie de testimonio clínico.